20 de enero de 2018
Durante el último año, muchos de mis pacientes han acudido a sus sesiones enfadados por la política. No importa a qué partido pertenezcan o si son de derechas, de izquierdas o de centro, todos están enfadados y frustrados. Se sienten impotentes y preocupados por el futuro de nuestro país y de ellos mismos. Tal vez, con razón. Hemos pasado muchas horas conversando para intentar reducir su enfado y que se centren en su vida cotidiana.
Una de las sugerencias que han surgido de nuestras conversaciones parece funcionar. Se trata de reducir o eliminar el número de horas que pasamos viendo las noticias en la televisión o escuchándolas en la radio. No importa qué cadena veas o escuches. Todas parecen empeñadas en suscitar sentimientos de injusticia e ira, pero no ofrecen ninguna solución. Supongo que el objetivo final es conseguir que los telespectadores u oyentes estén pegados a sus emisoras. Quizá se trate de una adicción a los medios de comunicación. Sin embargo, no hay ningún subidón, sino sólo preocupación y enfado.
Hace poco leí un artículo sobre un apagón informativo autoimpuesto por Christopher Hebert, profesor adjunto de Inglés en la Universidad de Tennessee, en la edición del 18 de enero de The Guardian. Lo que sigue es un extracto:
La ignorancia es mucho más fácil de lo que pensaba. Termino dos o tres audiolibros a la semana. Leo novelas en lugar de periódicos. Cinco meses después de mi desmayo, soy más feliz que en los días en que estaba informada. Me vuelven a crecer las uñas. Los somníferos siguen en el frasco. Trabajo más. Mi familia llega a casa al final del día y me encuentra sonriendo, cortando cosas para la cena sin mi antigua rabia regicida. Y, sin embargo, una parte de mí no puede dejar de sentirse culpable por sentirse bien.
Tal vez, ésta sea una solución a la ira y la frustración de la adicción a las noticias de los medios de comunicación.