16 de noviembre de 2018
La semana pasada tuve el placer de conocer, durante una cena, a un superviviente del Holocausto que pasó tres años en Auschwitz. Morris, una persona amable y extrovertida, tiene más de 90 años y goza de muy buena salud. Sus capacidades cognitivas eran grandes y hablaba con facilidad sobre su vida. Detalló sus experiencias, incluso mostró su brazo tatuado y cómo fue su liberación. Dijo que pasa mucho tiempo hablando con los alumnos de la escuela y que disfruta abriéndoles los ojos a sus experiencias con el mensaje de «Nunca Más». Uno se pregunta, y me lo preguntan a menudo, ¿cómo pueden estos supervivientes disfrutar de la vida después de lo que han pasado? ¿No están llenos de odio?
¿Fue una coincidencia que le conociera en la Noche de los Cristales? ¿Quién sabe? Le conté que había visitado ese campo de exterminio muchas veces y quizá fue eso lo que nos unió. Había una calidez genuina y buenos sentimientos al establecer esta conexión. Tras haber tenido una infancia horrible, ahora vive solo, pero ¿se siente solo o amargado? Ni por asomo. Ha encontrado un propósito que añade sentido a su vida.
Se trata de un hombre que tomó lo peor y lo convirtió en lo mejor para sí mismo.
Una lección para todos nosotros.