20 de agosto de 2020
Hace poco, asistí a un funeral en persona en un cementerio local.
Cerca estaba la tumba de uno de los chicos asesinados en la masacre de Stoneman Douglas. Me acerqué a presentar mis respetos. La zona de la tumba estaba cubierta de peluches, flores y piedras pintadas, algunas con el nombre. Me sorprendió la intensidad de mis propias emociones al contemplar la tumba de este joven y los recuerdos que me traía de aquel fatídico día. Las lágrimas se agolparon rápidamente en mis ojos a pesar de que no conocía a este adolescente.
Esta tragedia ocurrida hace casi dos años y medio no ha disminuido su impacto en nuestra comunidad. A pesar de las protestas, la política, el virus y los problemas económicos, seguimos afectados por lo que ocurrió aquel Día de San Valentín. Ni siquiera conocía a los niños, pero sí a la comunidad. Ahora sí conozco a algunos de los otros estudiantes que estaban en el aula y a sus familias porque son mis pacientes.
Quizá todos necesitemos hacer un viaje al cementerio para recordarnos lo que pueden hacer el odio, las enfermedades mentales y las maquinaciones políticas. Tal vez, un viaje así nos motive para poner fin a estas causas profundas de la violencia.